Eugeniávila

Ciudad de México, 1989

Impronta

Siendo adolescente, Eugeniávila se acercó a la pintura tras la pérdida de un ser querido. Fue un triple descubrimiento: tenía habilidades plásticas, nunca antes se había sentido tan bien realizando alguna actividad, y su creatividad brotaba de sentimientos como la tristeza y la melancolía.

Aunque nació en la Ciudad de México, desde los cinco años de edad vive en Oaxaca, donde plasma el amor por los animales; no sólo el que siente por sus trece perros y seis gatos, sino por toda especie que la rodea, como Conchita, una de las dos aves a las que les salvó la vida durante el confinamiento por Covid, y que es central en la narrativa de su obra.

En los óleos de Eugeniávila, su refugio, una paleta predominantemente azul, lila y gris lleva al espectador a reflexionar sobre la antrozoología, las diversas formas de maternar, sociedades del cuidado… En suma, la sensibilidad ante la existencia.

“Cuando pinto entro en un trance en el que siento que estoy en el lugar correcto, tengo paz, no necesito nada más. Sacó todo lo que soy, con todos mis animales que están ahí incondicionalmente. Todo cuenta una historia, cada quien lo lee de una manera, yo lo hago desde la melancolía”, explica.

pintura