El primer contacto con la obra de los tres artistas presentes significa un bombardeo de información visual. Nos invaden líneas laberínticas, chorreadas o meticulosas, formas abstractas o concretas sobrepuestas.
Algunas nos recuerdan a símbolos religiosos, triángulos, círculos, que se entremezclan con objetos comunes, fragmentos de paisajes y de pronto aparece la figura humana en esta complejidad que parece mantenerse sobre la cuerda floja.
Todo se fusiona con todo, iconografías y venados, encapuchados y serpientes, cuervos y objetos prehispánicos, como instantáneas de una memoria popular y sus mitos, reminiscencias sacadas de un archivo que acumula el ser humano en su transición por la vida y la historia.
Parece la bruma visualizada que intuye las relaciones que existen entre el acervo de todo lo existente, tal como lo vemos en un sueño… y de nuevo todo se confunde con percepciones de un solo instante, efímeras, fugaces… y el resultado termina en un gran caos. A primera vista.
Así nos tardamos un momento antes de notar que existe un vínculo particular entre los tres: el cuidado formal que en cada pintura recupera el equilibrio. Algunos elementos parecen poseer la pura función de tranquilizar las profusas constelaciones de otro plano, son calmantes en estos universos que no buscan complacernos tan pronto, sino su armonía se da apenas en último instante.
Entonces, por lo que dure esta exhibición, ¿será que los tres artistas están formando una sola obra que nos invita a la idea que no somos víctimas de nuestros propios mundos confusos, que las culturas híbridas de las cuales todos formamos parte no nos asfixian, sino que en su complejidad reside precisamente su riqueza?