Pensar en Oaxaca como epicentro cultural de México debe conducirnos a tratar de conocer los distintos lenguajes de sus artistas contemporáneos, así como los elementos socioculturales que actualizan continuamente en sus obras, teniendo como sustrato la potencia de su pasado y de su policromática tradición.
El título elegido por el joven artista Eddy Váskez para su exposición nos hace imaginar, poéticamente, en esa fuerza indomable del color. Como una obsesión o una pasión que no deja de habitar su obra, sus espacios de trabajo, su memoria. Cautivado por experimentar procesos, después de varios intentos, ha logrado decantar iconografías y colores determinantes para su obra.
Por ello, su admiración por Rufino Tamayo. Seguramente por los recursos formales y simbólicos utilizados por este gran artista de la modernidad en la pintura mexicana, así como su experimentación con texturas y colores terrosos.
Pero también, el fértil campo artístico en Oaxaca nos acerca a la obra de Francisco Toledo, Rodolfo Morales, Alejandro Santiago, Rodolfo Nieto, Sergio Hernández, entre otros, como parte de las generaciones precedentes que han nutrido, desde sus propias vertientes, las expresiones de la pintura oaxaqueña así como su mercado.
La búsqueda artística de Eddy Váskez abreva de diversos colores, formas y sentidos estéticos, sin renunciar a una experimentación propia en este disputado campo artístico oaxaqueño.
Los motivos circenses son una parte fundamental de una serie destacada de su obra. Con sus iconografías en torno al circo, se acerca a la larga tradición que ha tenido este tema a través de diversos artistas, incluyendo a las vanguardias del siglo XX.
Curiosamente, su primera aproximación a un circo fue durante su infancia, en un terreno baldío en Pueblo Nuevo, en 1990, donde se instaló el Circo de Don León, con chivos, guajolotes y animales de granja. Así que años después, el artista transfigura ese circo doméstico y empobrecido, en uno suntuoso, desplegado en varias obras con colores diversos, alegría, música y movimiento.
Su circo es aquel que le hubiera gustado hallar cuando era niño. Su circo es ambulante y no pertenece a la memoria, sino al poder de transfigurar con colores lo opaco de nuestra propia historia.
Por ello persigue lo lúdico, el juego de representar personajes populares o la construcción de lo minucioso. Así, los insectos, mariposas, cuijas, mayas, mantis y polillas, también invaden sus recuerdos y sus obras, en esa extraña búsqueda por revelar lo aparentemente invisible.
Me dice con orgullo: “Soy el número 25 de 36 nietos de mi abuela. Y fui elegido por ella para ir a los terrenos de siembra, en La Humedad, Viguera. Entre la milpa y la alfalfa, en los árboles o con el zacate, hallé mantis, chapulines, saltamontes y todo una serie de insectos que iban del verde… al amarillo, a los cafés ocres”.
Son esos potentes recuerdos del pasado y de su propia historia familiar, lo que animan algunas de sus obras. Creaciones individuales, cuya destreza técnica dialoga con un pasado colectivo, natural y biodiverso: palmeras, pochotes, patas de elefante, sauces.
Su experimentación continua con sustancias para hacer texturas y sus heterogéneos cruces de recuerdos, formas e iconografías, buscan fundar un paisaje, un híbrido ecosistema o renovar la memoria representada en una obra que gravita en torno al color.
César Rito Salinas
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