Un ramo de flores azules no se seca

Armando Guerrero

Del 24 de mayo al 23 de junio de 2024

Tras un periplo que incluyó estudios en la Casa de la Cultura de La Paz, Baja California, y la Casa de la Cultura en el entonces DF, así como su inclusión en la Academia de San Carlos, Armando Guerrero (CDMX, 1968) llegó a Oaxaca, donde estableció su familia, definió el camino de su pintura y consolidó lo que se convertiría en su obsesión más definida: plasmar árboles.

Pero su camino no estaría limitado a encontrar la torcedura arbórea en cada pintura, sino a hacer lo propio con su carrera. Seguir la intuición de mudarse —de entorno creativo, de materiales— lo preparó para mudar la certeza de sus rasgos pictóricos.

Cuidadoso de entregarse al difícil logro de disfrutar y vivir de la pintura que le gusta, Armando Guerrero se coloca ahora en una orqueta que se bifurca, por lo menos en parte, hacia un espacio de incertidumbre fértil, que de entrada le ha recordado las sabidurías consolidadas de su historia.

Pocas cosas le son más nocivas al impulso creativo —a su capacidad liberadora— como saberse orquestador de un estilo. Encontrar qué pintar es tan peligroso como alojar la ilusión de que se es sólo pintor, sólo escultor, sólo performer. Tras casi toda carrera en las artes se revela bajo observación minuciosa la universalidad de medios. Un pintor escribe. Un músico pinta.

Este impulso de romper disciplinas conduce el proceso al cual se aboca Armando Guerrero con esta exposición para codificar exuberancia, volumen y emoción fuera de los contornos hasta ahora familiares para él.

Asistir al proceso de reconfiguración de un artista revela aspectos clave de su entendimiento artístico. Cuando se busca activar el asombro vía el retorno a la incertidumbre, las estrategias más eficientes son las oblicuas.

Esta transición implica para Armando Guerrero que cada respuesta a la pregunta “por qué abandonar los árboles” es un océano de ilimitadas limitaciones que comienza a abrirse.

La incógnita tiene una sensación de abandono de la zona de confort en polaroid; se trata de un proceso de riesgo a través del cual cada punto de retirada queda comprimido instantáneamente y es ahora nuevo rumbo.

Si miramos parte de las obras que constituyen la desviación autoimpuesta por Armando, asistimos a un proceso de autocontaminación que implica reventar referencias. No sólo obras identificables por su estatus de cita, sino ecos familiares a la obra reconocible del artista, están ahora condensados, vertidos a códigos de barras de color. O en vías de encontrar su manera de leerse.

La estancia en modo condensado de Armando Guerrero es una manera de hacer interferencia, de atajar con líneas. Una invitación a experimentar la pintura sin la intermediación de lo ilusoriamente definido. A apretar la pintura no sólo hasta que se vea como piel, sino también como código. Apretarla hasta que regrese a la línea. Hasta que la serie de giros inesperados le recuerde que en realidad sólo ha variado de foco.

Y cuando apretamos “reset”, una opción es la estática, otra las barras de color. Otra es que todo se apague. Aun las computadoras reinician por un momento a cuadro negro. Cuando comenzamos, el cursor es siempre una línea.

Gabriel Elías

A BOUQUET OF BLUE FLOWERS DOES NOT WITHER

After a journey that included studies at Casa de la Cultura in La Paz, Baja California, and Casa de la Cultura in Mexico City, as well as at San Carlos Academy, Armando Guerrero (Mexico City, 1968) arrived in Oaxaca, where he established his family, defined his painting path, and consolidated what would become his most defined obsession: depicting trees.

But his path was not limited to finding the twist of trees in each painting, but to doing the same with his career. Following the intuition to move —from creative environments to different materials— prepared him to shift the certainty of his pictorial features.

Careful to commit himself to the difficult achievement of enjoying and living off the painting he likes, Armando Guerrero now finds himself at a crossroads that bifurcates, at least in part, toward a space of fertile uncertainty, which at first has reminded him of the consolidated wisdom of his own history.

Few things are more harmful to the creative impulse —and its liberating capacity— than knowing oneself as the orchestrator of a style. Finding what to paint is as dangerous as harboring the illusion of being only a painter, only a sculptor, only a performer. Nearly every career in the arts reveals, under close observation, the universality of mediums. A painter writes. A musician paints.

This impulse to break disciplines drives the process that Armando Guerrero embraces with this exhibition to encode exuberance, volume, and emotion beyond the familiar outlines to him until now.

Witnessing the reconfiguration process of an artist reveals key aspects of their artistic understanding. When the aim is to activate wonder via a return to uncertainty, the most efficient strategies are oblique.
This transition implies for Armando Guerrero that every answer to the question “Why abandon the trees?” is an ocean of unlimited limitations that begins to open.

The unknown feels like leaving the comfort zone in a polaroid; it’s a risky process through which each retreat point is instantly compressed and now becomes a new direction.

If we look at part of the works that constitute Armando’s self-imposed deviation, we witness a process of self-contamination that involves shattering references. Not only are works identifiable by their status as citations, but familiar echoes of the artist’s recognizable work are now condensed, poured into color bar codes, or on their way to finding their way to be read.

Armando Guerrero’s stay in condensed mode is a way of interfering, of blocking with lines. An invitation to experience painting without the mediation of the illusorily defined. To press painting not only until it looks like skin but also like code. Press it until it returns to the line. Until the series of unexpected turns reminds him that he has only changed focus.

And when we press “reset”, one option is a static screen, another the color bars. Another is that everything goes black. Even computers restart to a black screen for a moment. When we begin, the cursor is always a line.

Gabriel Elías