1. Ya que todo parque deviene en parking y el autoservicio en autosuplicio, entonces que aquí se siembre una Galería-Gaia; un ecosistema de arte harto de la catástrofe. Que naturaleza y pieza hagan de los visitantes no consumidores sino jimadores; cohabitantes con materiales y personas humanas y no-humanas.  

2. Cuatrosie7e Galería ambientaliza sus cuartos-suerte para resonar ecos y recovecos, porque antropoceno y capitaloceno no requieren explicación, pero sí exposición.    

3. Abre una persona colectiva; en su clorofila comunitaria se forja Hoja Santa. Con  insectos de venas verdes curan aquéllas abiertas de América Latina. Sus grabados —hijos del bordado a mano; primos del telar a cintura— son prensados desde los cuidados; porque lo frágil es para manos sabias y firmes de abuelas, madres, hijas y hermanas.    

4. Le sigue el colibrí que en el bronce al tiempo vence; el zumbido de abeja que patea su burbuja de miel; madeja de hilos de colmena; el arte de Manuel Miguel. Su escultura estructura y pausa al aire en cerámica soplada; en ella redondea ríos, valles y arenas, que sobrevuelan la abeja y el colibrí —pareja libre sin fin— en vuelos de ala táctil.        

5. Prosigue un taco de Tlacolulokos; una pared es su común comal y ahí tuestan la identidad. Aquí desgranan nuestra apocada llegada al apocalipsis por máquina. De la exterior barda callejera pasan al muro de galera interior, para que la radiancia del sol en aerosol sea electrificada y ecotriplicada: su locura lo cura todo.

6. Cierran las fotos-pieles de Fernando Armenghol, donde la carne humana es plata de raza gris; también la del ave y la del reptil. Sus fondos blancos son pura luz y lienzo; son tótems y son cielo donde toda colorimetría se ha hundido, sólo queda el encuadre del espíritu, recordando que no hemos pedido perdón a los devorados.    

7. Cuatro miradas y una sola llamada desde Oaxaca; donde la vida aún alcanza para la esperanza aunque la catástrofe ya nos alcanza.