Nos hemos instalado en este paraje cíclico cerámico para reflexionar en lo que hemos sido, somos y seremos como humanidad. Cien miradas del futuro nos observan como si fuéramos piezas únicas olvidadas en algún museo o galería de la madre tierra.
En un extremo tenemos el camino que nuestros ancestros trazaron, el que se recorre descubriendo a cada paso el misterio de lo que uno trae dentro. Por esta vereda avanzamos sabiendo que nos encontraremos con eso que somos, con la esencia que —dicen— nos hace irrepetibles en el universo.
En el otro extremo Joseph Campbell nos recuerda que no existe un modo de estar en el mundo; existen mil rostros que conviven en un cuerpo. Son las máscaras invisibles y diversas que nos conforman y nos ofrendan, a cambio, identidad.
Manuel Miguel plasma la imagen arquetípica y ancestral del hombre. Sus piezas cerámicas nos observan con sus 1280º, latidos del corazón; sus gestos contienen información valiosa sobre cómo el cerebro procesa y materializa el pensamiento.
A través de un centenar de miradas, nos provoca una reflexión sobre el ser y propicia el encuentro con aquellos que observan y culminan la obra; quienes realmente importan. Pero al mismo tiempo, nos sumerge en este laberinto de barro iluminado por un negro sol que encendería los delirios de cualquier humano contemporáneo.
«No hay un sistema definitivo para la interpretación de las cosas, y nunca lo habrá». Manuel Miguel afronta los desafíos sociales a través de los presentes y potentes cien rostros: Plantea, resuelve y atribuye la creación a la vida del trabajo, no al espejismo eurocentrista de las musas del que han tratado de convencernos. No hay fuego en las románticas teorías que nos alejan del arte, sí en el horno.
El artista nos recuerda que las máscaras simbólicas que los humanos —inevitablemente— portamos a lo largo de nuestra vida, paso a paso, nos van definiendo como individuos.
Este ciclo infinito de miradas nos cobija y nos brinda la sombra para poder ofrecer un instante de reflexión a quien lo observe.
Es muy probable que antes de llegar aquí, tú ya nos habías soñado.
Déjà vu