Román Andrade Llaguno y su vocación multidisciplinaria

Todo artista tiene vocación multidisciplinaria, de acuerdo con Román Andrade Llaguno. Él, por ejemplo, pinta “muy despacio” y entre un lienzo y otro hace grabados, litografía, talla de madera, talla en piedra, serigrafía…
“La pintura es celosa y hay que ponerle mucha atención, pero sí se pueden hacer otras cosas. Estoy empezando a trabajar proyectos para escultura, y ya trabajé un poco plato de cerámica. Para mí es necesario trabajar otras dimensiones”, comenta este artista nacido en San Juan Etla, Oaxaca, en 1959.
“Trabajo horas y horas. Mi obra es muy colorida; es una paleta que no está limitada. Manejo muchísimos colores casi casi directos, como vienen en el tubo o en el bote. Las diferentes técnicas que trabajo son acuarela, gouache, tierras, encausto, acrílico… Todas las experimentaciones que se puedan hacer con los materiales que tenemos ahora a nuestro alcance”, agrega.
Román Andrade Llaguno explica que mientras que en la acuarela el color es puro, el gouache tiene una carga de blanco de zinc o blanco titanio que espesa su materia y le da más cuerpo. Ambas técnicas las desarrolla en papel amate.

“El amate tiene su historia, es prehispánico. Los que hacían los códices agarraban un nopal blanco grandote, lo partían, lo iban machacando y la pulpa se la ponían al papel para que, a la hora de pintar, no absorbiera la pintura; servía como una base”, comparte.

“Después dejaron la baba de nopal y se utilizó clara de huevo. Ahora lo venden en las tiendas; nosotros compramos nuestra emulsión acrílica, lo preparamos y dibujamos. Yo le meto incrustaciones de hoja de oro para que cuando se esté pintando haya riqueza de algo brillante”, añade.

El trabajo ilimitado de Román Andrade Llaguno

Desde joven, a Román Andrade Llaguno le gustó pintar, una vocación a la que llegó de manera accidental. Un tanto poética, su obra hace referencia a la vida cotidiana: sueños y vivencias repletos de personajes y naturaleza.
“Personajes, animales, la naturaleza que nos rodea, en eso me apoyo. Hubo una etapa en la que trabajé personajes volando porque todos, en algún momento de nuestra vida, soñamos que volamos. Mi trabajo no tiene limitación; puedo hacer lo que yo quiera porque no me someto a un tema específico”, indica.
Aunque estudió en el Centro de Educación Artística Miguel Cabrera (CEDART), cuando el maestro Juan Alcázar y su esposa Cristina lo invitaron a participar en el taller de gráfica que fundaron en la Casa de la Cultura empezó a formarse seriamente en el oficio.
“Después conocí a dos maestros de la Esmeralda y de San Carlos, uno es José Barbosa Aguayo, que estuvieron en Oaxaca. Rentaron un departamento y me invitaron a trabajar en su taller. Nos proporcionaban materiales, nos regalaban libros de pintura; tenían el interés de que sobresaliéramos”, recuerda.
Otros dos maestros y guías de Román Andrade Llaguno en las artes fueron Rolando Arjona Amábilis y Octavio Bajonero Gil. Ambos le abrieron las puertas a un mundo del que ya no quiso salir.
“Uno como joven se siente cohibido, y ellos tenían un mundo más amplio de socialización. Me presentaron artistas, escultores, escritores, poetas. Un círculo donde empecé a decir qué bonito es esto, porque conocí gente muy intelectual”, asegura.

Una obra que ha madurado, igual que Oaxaca en el mundo del arte

En la década de 1980, Román Andrade Llaguno fue invitado a fundar un instituto de artes plásticas en Taxco, Guerrero. Ahí se desempeñó como profesor de grabado y como coordinador del taller de arte gráfico.
“Lo que más me gustaba eran los cursos de verano. Venían estudiantes de muchísimos países. Era mucho trabajo, pero muy bonito. Aprendí mucho porque me metía a los talleres y me tocaba rozarme con profesores que habían fundado la Academia de San Carlos. Me fui acercando más a la pintura y alejando de la gráfica”, señala.
Después de 10 años, Román Andrade Llaguno volvió a Oaxaca y se encontró con un panorama diferente al que conocía. En 1991 empezó a trabajar con la Galería Arte de Oaxaca, ubicada en la calle Valerio Trujano, a un costado del Zócalo. Ahí surgieron sus obras de gran formato, pues él solía trabajar piezas del tamaño de una hoja de papel o de un bastidor de 70 por 80 centímetros.
“Cuando me fui sólo había una galería, estaba en el Teatro Alcalá, la galería Miguel Cabrera. Pero en 1991 ya había galerías particulares y se sentía que iba a haber un cambio importante. Jóvenes que habían salido del Taller Rufino Tamayo y de la Escuela de Bellas Artes empezaban a promover su obra. Oaxaca empezaba a ser, dentro de la República Mexicana, un foco de arte plástico”, observa.
“Mi obra ha madurado. Ahora me voy a los fondos geométricos, que me sirven para mantener ocupado el ojo. Me gusta meterles geometrización a los personajes en el rostro; es otra forma de trabajar el arte: manchar y a través de la mancha va a surgir algo. Vas construyendo la pieza; solita se va armando hasta que dices estéticamente ya está bien, que es lo que yo quería lograr”, concluye Román Andrade Llaguno.