Para algunos es el arte por el arte, dejarse llevar y buscar el accidente. Para Francisco Thompson, es contar una historia. Observar, bocetar y, en cada lienzo, jugar con colores y figuras.
Fue así desde que era niño. Aunque su papá le daba “cinchazos” porque rayaba las paredes, el pequeño Francisco no desistió. Movía los muebles, dibujaba detrás de ellos y los volvía a poner en su lugar para que nadie se diera cuenta.
“Me comían las manos por seguir dibujando. Hacía dibujos de naturaleza, cosas fantásticas, submarinos, aviones, animales, pegasos, de todo. Eran una especie de gráfica muy saturada, y se formaban unas dinámicas que me encantaban. ¿Cuándo se acabó mi secreto? Cuando mi papá quiso hacer cambios en la casa. Al descubrir mis dibujos escondidos, se empezó a reír y ya no me pegó, se dio por vencido”, relata.
Nacido en Oaxaca de Juárez, en 1966, Francisco Thompson fue un estudiante de dieces. En la prepa, si tenía que hacer una maqueta, la suya era la mejor; si le ayudaba a su hermana con alguna tarea de diseño, ella también sacaba 10.
“Mi mamá me convenció de no irme a la Ciudad de México a estudiar y me metí a la Escuela de Bellas Artes aquí en Oaxaca. Éramos 37 alumnos; 36 ya habían ido a la Casa de la Cultura, ya sabían pintar, y yo lo único que sabía era agarrar un lápiz y dibujar”.
“Entonces me dice el maestro, no lo tomes a mal pero la puerta está muy grande por si te quieres retirar. Todos empezaron a reír. Me dice, te deseo mucha suerte porque yo creo que vas a ser de los primeros que va para afuera”, recuerda.
Por segunda vez, Francisco Thompson no renunció. Al contrario, fue un alumno destacado, formó parte del Consejo Técnico, y además de artes plásticas cursó la carrera de restauración.

ATRAPADO EN LAS REDES DE LA RESTAURACIÓN
Por su talento como restaurador, Francisco Thompson pasó cuatro años en Teotitlán del Valle restaurando la cúpula de Templo de la Preciosa Sangre de Cristo.
“El maestro Primitivo García Peña, en paz descanse, me dijo que me necesitaba para una restauración. Le digo, discúlpeme pero yo me quiero dedicar a mi pintura. No, dice, lo vas a hacer porque yo te estoy diciendo que lo vas a hacer”, explica.
“Esa restauración era un reto muy grande y lo disfruté como no tienes idea. La cúpula estaba perdida en un 80 por ciento; ya se veía el concreto, los ladrillos, todo. Quedó hermosísima”.
Francisco Thompson pasó otros 10 años dedicado a la restauración. Contento por los logros que acumulaba, solicitó participar en la recuperación de Santo Domingo.
“Me dieron una oportunidad, pero en una zona que se llama El Palomar, donde estaba casi totalmente perdida la ornamentación. Me costó bastantísimo. Pasaban los compañeros y se reían; me decían ¿ya mero terminas?”, comenta.
“Tenía mucha acidez ese muro; si le metías acrílico, lo ponía café, negro. Le ponías tinta, la oxidaba; le ponías óleo, lo oxidaba. Probé medios para adherirlo: alcohol, baba de nopal, muchas cosas, hasta que encontré la solución. Ya después llegaban a preguntarme, ¿cómo resuelvo esto?, oye, ¿cómo le hago acá? Las burlas se convirtieron en admiración y respeto”.

FRANCISCO THOMPSON Y SU PASIÓN POR LA PINTURA
A principios de los años 2000, Francisco Thompson dejó su trayectoria como restaurador para ir por su sueño: la pintura. Lo que él siempre había querido era crear, estar metido inventando formas y figuras. “Estás tomando el camino más difícil”, le advirtieron.
Durante algún tiempo también impartió clases en Bellas Artes. Asegura que lo buscaban incluso de otras carreras para que les enseñara. Sin embargo, se negaba a estar en la universidad de tiempo completo y, sobre todo, a ser parte de paros y luchas internas.
“Estoy en contra de eso. En una ocasión llegaron unos porros enmascarados, con armas, apuntándote a un director para llevarse las urnas. Dije, la docencia me está acaparando, ¿voy a ser maestro y a ser feliz con ello? No. Entonces lo dejé”, menciona.
Francisco Thompson necesita del encierro y la soledad para pintar. Considera que un artista es una bomba de emociones, de la que sale su obra, y para tener buenos resultados hay que meterse de lleno. Realiza desde retratos hasta paisajes, pero lo que más le piden son calendas.
“Me gusta el folclor oaxaqueño, la magia que tiene nuestro pueblo, la fuerza de su gente y de nuestra cultura. Sin embargo, me han encasillado en ese tipo de trabajo cuando mi temática es muy amplia. Mi pasión plástica es la pintura mural”.
A Francisco Thompson le gusta la idea de que el artista es uno de los comunicadores más importantes de su época, y que su obra debe ayudar a abrir conciencias y llevar a la reflexión. Uno de los objetivos que él también persigue es ayudar en cuestiones sociales; trascender ayudando a otras personas.
“En la historia del arte vemos pintores con vidas dramáticas, muy tristes o depresivas. Yo le voy más al artista alegre, contento con lo que hace”, comparte.
“La definición de arte para mí es la manifestación de tus emociones por medio de una de las ramas del arte; puede ser artes plásticas, danza, teatro, música. Normalmente la tendencia es hacia lo bello, pero todo es válido”.